jueves, 5 de agosto de 2010

El puercoespín



Nos contaron Graciela y Gabriel:

El puercoespín es un medio digital alternativo que busca narrar el mundo de un modo nuevo, distinto al del periodismo tradicional que está en crisis en casi todo el planeta.

El puercoespín explora el futuro de lo que llamamos periodismo, con la intención de fundar nuevos géneros, recombinar y alterar, experimentar con los viejos géneros, redefinir el lugar de lo "subjetivo" y lo "objetivo", y establecer una nueva relación con audiencias que son cada día más fragmentarias, que se constituyen y reconstituyen todo el tiempo.

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Somos dos periodistas con más de (Gabriel) o con casi (Graciela) veinte años de experiencia, que hemos trabajado para los principales medios escritos de la Argentina, publicamos en medios de otros países de América Latina y tenemos amigos periodistas en los cinco continentes. Hace un tiempo nos dimos cuenta de que todos atravesábamos la misma crisis con los medios tradicionales que nos habían albergado: por un lado, estaba la crisis evidente del sistema de medios y de la profesión, debida en parte a la revolución digital, y por otra parte estábamos insatisfechos con la forma en que hacíamos nuestro trabajo y contábamos el mundo: nos resultaba insuficiente.

Al mismo tiempo, vimos la espectacular oportunidad que se nos ofrecía a los periodistas (y a la gente en general): la posibilidad de crear nuestros propios medios, en formato digital, sin necesidad de capital. Y que existe una enorme cantidad de información disponible, gratuita, que es imposible de ser absorbida por ninguna persona individualmente. Por ejemplo, los más de 90.000 documentos secretos sobre la guerra de Afganistán que dio a conocer hace diez días la organización Wikileaks: ¿quién puede leer todo ese material? A una sola persona, a razón de cien documentos por día, le llevaría más de dos años. Organizar, guiar, sugerir, hacer un recorte de ese material, es una gran tarea.

Todo eso nos llevó a la decisión de crear el puercoespín: sin recursos salvo nuestra experiencia, red de contactos y capacidad de trabajo. Todo lo que necesitamos es una computadora y conexión a Internet.

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Nuestro objetivo principal es participar en lo que vemos como un histórico proceso de recreación del periodismo. Creemos que esta es la época en que el periodismo, es decir, el modo en que nos contamos el mundo, cambia día a día: queremos ser parte de ese proceso.

En términos prácticos, queremos crear un medio que sea, junto con otros, una referencia para un público de habla hispana -que está repartido por todo el mundo pero tiene su fuerte en América Latina y España-.

Un objetivo central para nosotros es que se constituya una comunidad alrededor del puercoespín. Que el puercoespín no sea entendido sólo como la producción de un pequeño grupo de personas sino como un sitio de interconexión. Que la gente envíe materiales, participe, opine, sugiera, etcétera, o bien en el mismo sitio, o en nuestra página de Facebook , o vía Twitter (@elpuercoespin) o sumando a otras personas, o de otros modos todavía por pensar.

Nuestro presupuesto es que existe una gran cantidad de gente interesada en que haya un medio que le cuente del mundo aquellas cosas que los medios generalmente soslayan, o que no saben contar y que por eso nos dejan día a día insatisfechos.
El puercoespín es nuestra propuesta de tener un medio propio para una comunidad que pueda ayudar a definir un nuevo modo de contar el mundo. Sólo será posible si la gente participa. Afortunadamente, hemos encontrado un gran entusiasmo de una cantidad todavía pequeña pero creciente de personas dispuestas a colaborar de modo voluntario, sin importar si son escritores, fotógrafos, periodistas o artistas famosos o si no tienen que ver con esas disciplinas pero tienen intereses afines. Aves de Prensa, por ejemplo, nació en Córdoba como una experiencia singular. A nosotros nos encantaría tener gente de Córdoba, desde los más pequeños pueblos hasta la capital, que nos envíe materiales o nos sugiera historias. Así como nos interesan los grupos neonazis de Mongolia, la forma en que el New York Times cubre la tortura y el arte que una artista peruana hace con su pelo -tres historias que hemos publicado. Lo mismo decimos sobre otras ciudades y pueblos del país, que nunca tienen cabida en los medios tradicionales, y del resto de América Latina. También puede ser que haya muchísimos cordobeses a los que les interese buscar historias en la Polinesia o en Vladivostok: hoy Internet lo permite, y eso también tiene un gran valor para nosotros.

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El diseño, la edición, la selección diaria la hacemos Graciela y Gabriel. Trabajamos buena parte del día, aunque todavía no podemos dedicarte todo nuestro tiempo porque vivimos de otras cosas. Irina Rozosky es nuestra curadora fotográfica, desde Nueva York: se encarga de la sección Fotos. Y tenemos una creciente red de colaboradores voluntarios que nos envían artículos, fotografías, videos, ideas, enlaces; que buscan y sugieren materiales; que traducen (la argentina Gabriela Pflüger es nuestra traductora del alemán, desde Berlín; la polaca Maria Ocha, del polaco desde Varsovia). Apuntamos a crear una comunidad internacional de "puercoespines".

Nos interesa el mundo entero: desde el más pequeño pueblo hasta las grandes metrópolis -porque es una visión del mundo, o mejor dicho la multiplicidad de visiones, lo que en verdad nos interesa. Desde los últimos descubrimientos de la ciencia que cambian nuestra compresión del mundo y del universo, hasta las idiosincrasias más locales, que muestran cómo se adapta a la vida gente de todos lados. En esta suerte de "antropología periodística", que queremos desarrollar, nos interesa especialmente la revolución que atraviesa al periodismo, y por eso dedicamos un gran espacio a relatar experiencias nuevas, originales: cómo se organizan y llevan a cabo cacerías humanas en China a través de la web; cómo la corrupción se infiltra en los blogs rusos; cómo un grupo de gente en San Diego encontró un modo de hacer periodismo independiente y acabar con el monopolio del gran diario de ese Estado (una buena idea para competir con los grandes diarios de provincias); cómo, para hacer investigación en Perú, hace falta aprender defensa personal, etcétera, etcétera.

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Los materiales que se publican en el puercoespín son de tres tipos, básicamente: 1) producciones originales para el puercoespín, que generalmente llevan firma; 2) trabajos de edición nuestra sobre materiales encontrados, que "intervenimos" mediante collage, combinaciones, superposiciones, tratando de crear formas narrativas nuevas, para lo que usamos relatos producidos en otros sitios, medios, fuentes; estos no llevan firma; 3) por último, están los "hallazgos", materiales que encontramos en otros lugares y que ofrecemos, mediante un breve resumen y con un enlace al sitio original en que está posteado.

viernes, 18 de junio de 2010

“Iba cambiando de cazador a ser humano”


Luis Alcalá del Olmo fue el primer fotógrafo del mundo que llegó a Haití, apenas 12 horas después de que un terremoto provocara una de las mayores catástrofes humanitarias de los últimos tiempos. Alcalá del Olmo estaba en su casa “perdiendo el tiempo” cuando sonó el teléfono y le avisaron que algo muy grave había pasado en Haití, situado a una hora y media de avión de Puerto Rico, donde vive desde 1997. Al día siguiente estaba con sus dos cámaras en Puerto Príncipe, la capital de un país arrasado.

“El dueño del diario para el que trabajo es dueño de medio Puerto Rico, así que nos fuimos en un jet privado con una reportera sin saber adonde íbamos a aterrizar. Cuando nos dejaron en el aeropuerto no había nadie. Pasamos como si nada y cuando llegamos al hotel Villa Creóle había 300 moribundos en la puerta”, nos contó Alcalá del Olmo durante su visita a Córdoba.

“Nunca había visto algo así. Era una mezcla de Hiroshima después de la bomba atómica y de Pompeya después de la erupción del volcán. El terremoto fue equivalente a 200 mil kilos de dinamita y los coches bomba que ponen en Bagdad y que masacran a tanta gente suelen tener 100 kilos”, contó este español cuarentón con gestos de viejo corresponsal.


“Como viví cuatro años en Haití tengo amigos fotógrafos y periodistas en Puerto Príncipe, así que apenas llegué fui a ver si estaban muertos. En la casa de dos de ellos todo hacía pensar que habían muerto porque estaban sus autos afuera y sus casas estaban destruidas. Si está el auto significa que el tipo está adentro. Luego encontré a algunos amigos vivos. Me imagino que se habrán quedado sin trabajo, les dije. Y los contraté. Para mí es fundamental que alguien cuide a la reportera. Sino no puedo trabajar. Es una buena periodista pero de oficina y no estaba acostumbrada a los jaleos”, relató el fotógrafo y su voz gruesa de cigarrillo retumbó en la sala el día después de haber inaugurado una muestra con dos de sus trabajos: Haití; los espíritus en la tierra y Haití 7.0.

La primera contiene imágenes de ritos, danzas y peregrinaciones a los dioses vudú, mientras que la segunda muestra imágenes del potente terremoto registrado el 12 de enero a las 16:53:09 hora de Haití, y los devastadores efectos causados sobre el país más pobre de América latina.


En primera persona. Alcalá del Olmo contó: “El 90 por ciento de los edificios públicos estaban en el suelo. El terremoto duró 45 segundos y eso es una eternidad cuando el piso se mueve. Hay que contar para darse cuenta: Uno, dos, tres, cuatro, cinco. En la universidad los estudiantes y profesores siguieron las reglas y se metieron debajo de los pupitres, pero se les vino el edificio encima. Las poses de los cuerpos en su lucha contra la muerte eran impresionantes. Hubo en las calles una especie de onda expansiva de zapatos. Fue como una bomba. ¿De dónde coño salieron tantos zapatos? Nunca había visto una cosa así. Y el silencio de la muerte era impresionante”.


“¿Qué hace un fotógrafo en una situación así? Iba cambiando mi interruptor para ir pasando de cazador a ser humano. Intentaba ayudar a alguien. Luego seguía caminando. Después me hacía el sordo. Avisaba que debajo de tal lugar se escuchaba un grito. Sacaba más fotos. Por momentos era como si fuera un Terminator escaneando la realidad, viendo cuáles eran mis objetivos para disparar. Estaba sacando fotos, haciendo mi trabajo, no era parte de los equipos de rescate”.

“Los que quedaron vivos estaban solos. En la calle. Perdieron todo. No sabían adonde ir. Estaban sin un centavo en el bolsillo y con lo poco que pudieron sacar de sus casas. Escuchaba los gritos de la gente bajo los escombros. Estaban los que intentaban llegar a los hospitales pero en los hospitales no había nadie. Otros buscaban reconocer a sus muertos en la calle. No había control sobre los muertos. El que sabía escribir iba anotando el nombre de los que habían quedado vivos. No había gobierno, ni policía, ni bomberos, ni rescatistas, ni nada”.


“De a poco alguna gente empezó a cambiar su manera de mirar: Se volvió más dura. En un primer momento estaban en estado shock y no sabían lo que pasaba. Como ando con cámaras de fotos saben que puedo llevar fácil seis mil dólares en efectivo en el bolsillo, porque también saben que no soy tan idiota como para dejar el dinero en el hotel. Así fue como al cuarto día, cuando se les pasó el shock, empezaron a asaltar a los fotógrafos, a los equipos de televisión y a los reporteros porque sabían que toda persona blanca que vaya con cámaras llevaba como mínimo cinco mil dólares en efectivo”.

“Esa noche, cuando los periodistas nos juntamos a dormir en el jardín del hotel, había 40 tipos que entre todos sumaban 200 mil dólares. Es fácil que entren cuatro hombres armados y fusilen a un par para robarle al resto. Así que la dueña del hotel nos echó. Nos dijo que lo sentía mucho, que nos iban a atacar esa noche y nos iban a matar a todos. Tuve la suerte de haber llegado primero, cuando la gente estaba en shock y esas cosas todavía no pasaban”.


“Cuando llegaron los equipos de televisión todo se jodió. Cuando llegó la CNN con sus escenas de Hollywood había que salir corriendo. Ahí se terminó la realidad y empezó la ficción. Los productores de la CNN le decían a los soldados norteamericanos que tiren la comida desde sus helicópteros en tal lugar a tal hora para poder filmar cuando los morenos se peleaban por ella”.

“Pasaban los días, el olor era insoportable y las enfermedades estaban en el aire. Había que tomar aire, meterse en algún lugar a sacar unas fotos y salir corriendo. La única manera de soportar el olor era andar con hojas de limonero metidas en la nariz. Hacía días que había 200 mil muertos expuestos al calor haitiano y el olor a muerte se te mete en los pulmones, en el pelo”.

“Ahora, ¿cómo puede ser que yo, que no soy nadie, llegué en menos de 12 horas y habían pasado cuatro días y no llegaba nadie con ayuda? ¿Será porque son negros? Si esto pasaba en Cannes, en Niza, en Mónaco o en Montecarlo en 24 horas montaban el quiosco”.

“Por otro lado, ¿cuál es la diferencia entre un ser humano y otro? No es la riqueza ni la educación: es su capacidad para sobrevivir. La vida de un ser humano se mide por la cantidad de valores afectivos que tiene. Si en tu vida tienes amor, solidaridad y compasión, el día que pase una tragedia vas a sobrevivir. Si en tu vida hay rencor, soberbia y desidia, te mueres como un perro. El pueblo haitiano no es una persona sino un país entero. Si dentro de ese desastre, de esa crueldad de la vida, sigues teniendo solidaridad, compasión, amor y a tus hijos, serás pobre, vivirás en la mierda pero tienes el derecho a vivir y a ser feliz. Si esto hubiese pasado en Madrid, la ciudad donde nací, de ahí no salía nadie vivo. Parece mentira, pero de la mierda sale la flor más bonita”.

“A veces parece cruel hacer este trabajo cuando la gente sufre tanto, pero lo que necesitaba era enviar esas imágenes al mundo para que se doble en dos, para que ayude. Ese es mi privilegio”, concluyó el fotógrafo.


A seis meses del demoledor terremoto que dejó 230 mil muertos, 300 mil heridos, 1.200.000 personas en la calle, un número todavía indefinido de huérfanos y llenó de destrucción y caos la capital del único país de Latinoamérica que puede compararse con los más pobres de África, los haitianos siguen ahí. De a poco la pequeña isla fue desapareciendo de las tapas de los diarios y de los noticieros de televisión. Pero el mundo se dobló por un instante ante el dolor de los demás. La construcción de un país que nunca llegó a levantarse del todo recién comienza.


El Barón de la Muerte

Gurreir Romario (foto) pasó casi tres días atrapado entre los escombros de su escuela en Puerto Príncipe. El chico, de 20 años, quedó en una especie de burbuja de cemento rodeado de muertos.

“Íbamos por la calle y escuchamos unos golpes entre los escombros. Golpeamos y nos respondieron. Luego de horas de trabajo el chico tiró su billetera y dijo: ‘Estoy vivo, díganle a mi padre y a mi madre’”, contó Luis Alcalá del Olmo mientras en una pantalla gigante se veía la foto del chico de remera violeta. Esa fue la primera foto que salió al mundo de una persona rescatada con vida entre los escombros.

La marca del vudú. “En la religión vudú el color del Barón de la Muerte es el violeta. Cuando el chico salió con la camisa del Barón de la Muerte no lo podía creer. ¿Por qué el Barón no se lo llevó? Cuando los peregrinos del vudú luchan contra el Barón de la Muerte van con esos colores para engañarlo. Le dicen: ‘Tú vienes a buscarme pero será mejor que te lleves a otro pendejo porque yo voy a luchar por vivir’”.

Alcalá del Olmo habló con Gurreir Romario y le preguntó si había visto al Barón de la Muerte. El chico le contestó:

–Lo tuve tres días fumando al frente mío. Me decía: Mira pendejo, tú te vienes conmigo. No te creas que te vas a salvar. Te vienes con tus amigos muertos. Tú vienes.

Pero no se lo llevó. El Barón de la Muerte se representa como un esqueleto vestido de smoking con un sombrero de copa, lentes negros y fumando un cigarrillo. El chico de la remera violeta lo vio sentado al frente suyo entre los escombros durante tres días. “Es como si a los que fueron educados en el mundo cristiano se les sienta al frente una señora con su guadaña”, concluyó el fotógrafo.

Atrapado en un viaje


Juan Pablo Meneses escribió sobre el pueblo donde viven muchos de los jubilados que trabajaron como fenómenos (freaks) en los circos estadounidenses; persiguió en Kenia a las piernas atléticas de los corredores de larga distancia; retrató a los corajudos niños boxeadores del sur chileno; contó la historia de los amazon boys, muchachos que en la Amazonía peruana se dedican a enamorar a turistas gringas; cuestionó a Manu Chao; compró una vaca, la crió, la engordó, ¿la llevó al matadero? y lo contó; viajó con una barra brava que llevaba una granada de mano en el colectivo y definió aquello que hace desde hace más de 10 años como periodismo portátil: viajar para contarlo.

Meneses estuvo en Córdoba y presentó su último libro, Hotel España, donde recorre Latinoamérica hospedándose en los hoteles que fueron fundados con la esperanza de que ese nombre les diera brillo, y que ahora son “una metáfora que funciona perfecto para el Bicentenario: la mayoría de estos hoteles están viejos, decadentes, abandonados”, nos contó el escritor chileno. Y remató: “Después del viaje siento que en la América latina de hoy, España es un hotel viejo. Así la vemos”.

–El libro se llama Hotel España, un nuevo descubrimiento de América latina ¿qué descubriste de Latinoamérica en tu viaje?
–Muchas veces somos una simple escenografía. Un decorado por el que siempre vemos pasar buses llenos de gringos cargando mochilas que nos toman fotos. En el viaje me crucé con lo que uno ya sabe. Somos una región llena de desigualdades: tenemos 200 millones de pobres y el hombre más rico del planeta. Pero, también, me topé con que vivimos en constante estado de emergencia. Y no sólo porque tengamos 1.200 muertos al día por violencia urbana, sino porque vivimos con esa urgencia de no querer estar aquí. Muchos buscan en sus antepasados aquel pasaporte que nos haga recordar que solo estamos en esta región por accidente, porque en realidad somos de otro lado. En ese sentido, y después de 200 años, América latina todavía no existe.

–¿Qué rol juega España en América latina?
–España juega un rol lejano. Basta darte cuenta de que Estados Unidos, Argentina y México, por ejemplo, tienen una influencia cultural mucho más fuerte en el resto del Continente que la lejana España. Después de recorrer todos los hoteles España de Latinoamérica terminé chocando con una metáfora que funcionaba perfecto para el Bicentenario. La mayoría de estos hoteles eran viejos, decadentes, abandonados. Después del viaje siento que en la América latina de hoy, España es un hotel viejo. Así la vemos.



La adicción. Meneses, creador de la Escuela Móvil de Periodismo Portátil, dejó su trabajo de oficina para comenzar una nueva vida muy diferente: “Cuando comencé con el periodismo portátil y decidí dejar todo para escribir historias y viajar por el mundo, la ilusión era poder hacerlo durante cuatro meses. Han pasado más de 10 años, y sigo en la ruta. Nunca más volví a vivir en mi país, y sigo pasando la mayor parte del tiempo escribiendo historias y viajando. En ese sentido, Hotel España es también una reflexión sobre los costos y las renuncias de dedicar mi vida a eso que parecía una ficción. El día que decidí apostar todo para hacer lo que quería, no sabía que esa misma decisión la iba a tener que tomar todos los días. Había comenzado la adicción. Esto no es algo que uno elige una sola vez, sino que termina siendo una constante diaria. Sigo creyendo que la vida portátil la dejaré el día que realmente lo quiera hacer, pero sé que los centros de rehabilitación y desintoxicación están llenos de personas que pensaban lo mismo".

–¿Cómo es seguir el itinerario del periodismo portátil, salir a la ruta para contarlo? ¿Hay alguna manera especial de mirar?
–Estoy convencido de que cada uno tiene su propia manera de ver el mundo. Por eso defiendo el periodismo de autor, la crónica de autor, la narración de autor. Hoy es fácil toparse con voces que solo son la traducción de una primera versión en inglés, o aquellos que escriben sin ganas ni siquiera para firmar sus textos, o aquellos que hacen una carrera como “cronistas miserias” llenando sus textos de crónica roja, pobreza amarillista, narco-clichés, y dividiendo al mundo entre buenos y malos. Para dedicarte al periodismo portátil creo que es fundamental poder dar con esa voz propia, con esa mirada propia, que no se transmite dando consejos y que está dentro de cada uno. No soy de dar recetas, pero si no vas a decir nada nuevo, si no vas a contar desde otro ángulo, si no vas a sorprendernos con lo que tienes que decir, es mejor que saques a la calle tu mirada. Ahí está todo. La manera más especial de mirar, es entender que el periodismo es callejero.

–¿Este es tu libro más personal?
–Claro, es mi libro más personal por varias razones. Es el que tiene escritas más partes que me dan pudor que se lean, confesiones más bien íntimas referidas a mi vida en los últimos 10 años. También, es el libro donde revelo más secretos de mi oficio. Donde muestro, por primera vez, buena parte de la trastienda de la vida portátil. Y es también una mirada hacia atrás, de las cosas que fueron quedando en el camino, y de aquellas que se agregaron. Es el más personal. Y, por eso mismo, creo que es el libro que siempre quise escribir.

Acá, el autor cuenta su libro:

Caparrós: el bigote en la llaga



Martín Caparrós piensa que la única diferencia entre literatura y periodismo es el pacto de lectura: “El pacto que el autor le propone al lector: voy a contarle una historia y esa historia es cierta, ocurrió y yo me enteré de eso (el pacto de la no-ficción). Y el pacto de la ficción: voy a contarle una historia, nunca sucedió, pero lo va a entretener, lo va a hacer pensar, descubrir cosas, lo que sea”. Y a eso se dedica. A contar historias.

“En estos días terminé de escribir una especie de crónica-ensayo sobre el cambio climático y la ecología. Estoy en contra de los ecologistas. El libro va a salir en septiembre y se llama Contra el cambio. También estoy escribiendo una novela”, nos adelantó Caparrós durante su visita a Córdoba.

Pero su historia como narrador comenzó mucho antes, cuando se convirtió en el terror de la redacción de Noticias, una publicación a la que entró como cadete a los 16 años. Allí trabajaban Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Francisco Urondo, Miguel Bonasso y Rodolfo Walsh, a quienes, dijo, les tiraba el café encima. A esa torpeza le atribuyó su paso de cadete a redactor y la primera nota que hizo fue sobre el hallazgo del pie izquierdo de un andinista japonés que se había perdido en el Aconcagua 10 años antes.

En esa redacción tuvo como jefe a Walsh. “Pero no era un buen jefe. Estaba un poco ausente. Su equipo de tres o cuatro jóvenes redactores no le importábamos un carajo. Estaba en sus cosas y de vez en cuando nos hacía una observación. Me encantaría poder decir que aprendí mucho de él en esos meses de Noticias, pero aprendí mucho de él leyéndolo”, contó en la Universidad Tecnológica de Córdoba.

Caparrós, autor de algunos de los mejores libros de crónicas en castellano, se fue del país un mes antes del golpe de Estado de 1976. Se había alejado de Montoneros, donde militaba, porque no estaba de acuerdo con el “aislamiento y la militarización cada vez mayor que llevaban al desastre”. Le aconsejaron que se fuera. “Al mes del golpe me enteré de que habían ido a preguntar por mí a mi casa”, recordó.

En Francia estudió historia en La Sorbona y luego vivió en España. En 1983 volvió a la Argentina e hizo un programa de radio que marcó, según coinciden quienes lo escucharon, una época: Sueños de una noche de Belgrano. “Ese programa cobró una triste notoriedad el 2 de abril de 1984, cuando unos muchachos muy violentos tomaron el estudio para protestar porque habíamos dicho que el primer mártir argentino en la guerra de Malvinas, el capitán Giaquino, de no haber muerto en las islas debería haber estado respondiendo por acusaciones muy graves por violaciones a los derechos humanos. Así fue como entraron estos animales diciendo que nos iban a matar. Y les creímos. Fue una sesión de radio muy curiosa en la que durante 25 minutos estuvimos al aire intentando convencerlos de que no valía la pena matarnos. Luego llegó la policía federal y nos llevó a todos presos”, contó.

El autor de Larga distancia, La guerra moderna y El interior también trabajó en El Porteño, una revista que fue “muy decisiva en periodismo argentino de los 25 años siguientes”, dijo. Y agregó: “Me sorprende que ahora, que cualquier cosa es de culto, no haya cierta mitificación de esa revista. Ahí había espacio para contar. Y el truco era que los periodistas que tenían que trabajar en diarios o revistas más o menos caretas para ganarse la vida, publicaban ahí lo que hubieran querido publicar en sus medios y no podían”. Jorge Lanata la dirigió desde 1985 hasta 1987, año en el que, a sus 26, fundó el diario Página 12 con gran parte de la redacción del El Porteño.

Inventos
“El libro como objeto es un gran aparato que funciona muy bien. No se le gastan las pilas, no se rompe cuando se cae, pero tiene problemas. Necesita de luz externa. Para mí era un quilombo leer con una linterna debajo de las frazadas cuando de chico me mandaban a la cama. Si hubiese tenido un e-book se solucionaba el problema. Y hubiese tenido adentro 500 libros y no uno. El e-book tiene sus ventajas y acaba de empezar. El libro duró 600 años y hay pocas cosas que hayan durado tanto. La escalera, por ejemplo, es un invento increíble que durante miles de años fue la mejor manera de pasar de un nivel A a un nivel B. Era imbatible. Pero ahora no hay ninguna buena razón para subir 12 pisos por la escalera. Con el libro va a pasar lo mismo. Yo soy del libro, los leo, los escribo y he vivido rodeado de ellos, pero no me parece mal que si hay una máquina que lo haga mejor, la usemos. Y seguramente va a permitir conseguir textos con mucho menos dinero. Para empezar porque no hay que tirar árboles, convertirlos en papel, transportarlos y hacer todo el ciclo de la mercancía”, dijo.

También dijo que no escribe para provocar ni para meter el dedo en la llaga. “En todo caso, busco una llaga en la que me interese pensar, me meto, trato de pensar en eso y lo escribo”. Además habló de política, de la nueva Ley de Medios Audiovisuales, del fútbol y su estética, del kirchnerismo y de la oposición, de su trabajo para las Naciones Unidas donde cuenta la vida de jóvenes migrantes, de la vuelta de la democracia argentina y de la española, de Internet, le restó importancia a la polémica con el programa 678 de Canal 7, dijo que votaría a Pino Solanas, contó que se siente en San Petersburgo en 1905 porque está leyendo una biografía de Trotsky, dijo que en realidad no quería ser periodista sino fotógrafo, dijo que gracias por venir, que buenas noches.

domingo, 18 de abril de 2010

Carta de un Pie Izquierdo



Una bocanada de aire fresco entró en los pulmones de los adictos lectores de crónicas, perfiles y reportajes: nació la primera revista de periodismo narrativo de Bolivia. “Pie Izquierdo busca salir de la coyuntura pura y dura de cada día con un propósito simple (y a la vez un tanto complicado): contar historias”, nos adelantó Álex Ayala desde La Paz. “La revista buscará dar protagonismo a géneros periodísticos que en Bolivia están casi condenados al destierro como el perfil, la crónica y el reportaje de largo aliento; mirará hacia adentro pero también a otros países; y buscará la calidad en cada uno de sus textos”, contó el director de la publicación.

Pie Izquierdo no sale de la nada y tiene espejos donde mirarse: Gatopardo de México, Etiqueta Negra de Perú, El Malpensante de Colombia, Marcapasos de Venezuela o Soho de Colombia son algunos de los medios que son una referencia en América latina.

“Escaparemos de la peste del periodismo notarial –que registra datos pero que no los explica–. Huiremos también de los estereotipos y las temáticas habituales. Intentaremos mostrar en cada nota una nueva interpretación del mundo. Partiremos de lo local como un vehículo para adentrarnos en lo global. Y daremos un lugar preferencial a los textos sin fecha de vencimiento, aquellos que son como el buen vino, que permanecen por mucho tiempo en el paladar de la memoria”, se explayó Ayala.

“En el número uno de la revista escribe Juan Pablo Meneses sobre su viaje a la Conchinchina. El colombiano Alberto Salcedo lo hace sobre un árbitro que había sido boxeador y que le pegó a varios jugadores a lo largo de su carrera. Leonardo Haberkorn es el responsable de la nota central (Juntos fueron dinamita), que relata la historia de un gringo que sembraba bombas allá por donde pasaba y de su pareja, una uruguaya acostumbrada a enamorar y casarse con gente de plata. Los atraparon aquí, en Bolivia” adelantó. Y continuó: “Tenemos también varias secciones fijas. Una de ellas es el Gourmet, donde haremos perfiles a conocidos chefs de Bolivia y luego les pediremos menús ‘especiales’: para recibir el fin del mundo, para afrontar una infidelidad, para celebrar un divorcio, etcétera. Otra es Noche y Día, una sección con crónicas de contraste (por ejemplo: cura de pueblo, cura de ciudad)”.



Ayala, quien viene gestando la revista desde hace ocho meses, aclaró que no quiere hacer ni un The New Yorker en español, ni un Etiqueta Negra a la boliviana: “Nuestra búsqueda será encontrar una voz diferenciada. Será difícil. Al principio (espero que no) es posible incluso que no seamos nada más que un mal boceto, que nos podamos parecer, en mayor o en menor medida, a otros medios. Pero no renunciaremos a nuestra meta: consolidar una identidad propia”.

A la carta
Para hacer todo esto es que Ayala envió una carta invitando a participar en este nuevo emprendimiento a unos 400 periodistas, no-periodistas y escritores jóvenes, no tan jóvenes y consagrados, bolivianos y de otros países, “preocupados por el qué (por lo que cuentan) pero también por el cómo (por la manera en que lo hacen); que estén interesados en ir siempre un pasito más allá en todo lo que emprenden; que estén dispuestos a un diálogo constante entre el autor y el editor para conseguir textos más compactos; que le den tanta importancia a la investigación y a la reportería –a tomarle el pulso a la calle y a los personajes, en definitiva– como a aquello a lo que García Márquez llamaba carpintería –es decir, a la construcción de los escritos–; y que sean capaces de descubrir hechos extraordinarios dentro de aquellas realidades aparentemente más mundanas” dice la carta. “En resumen, queremos colaboradores comprometidos con el difícil arte de narrar historias”, pide.

El peso de la publicación va a recaer sobre esos colaboradores de todas partes del mundo. Sin embargo, Pie Izquierdo tiene una redacción: “Somos un grupo pequeño pero trabajador. En la redacción somos cuatro personas. No somos muchos pero tenemos una meta clara: estar en las calles y fijarnos en los pequeños detalles. De esos detalles nacen las mejores crónicas”.

–¿Cómo se va a financiar la revista?
–Para responder a la pregunta te cuento el proceso del proyecto. Todo empezó como una idea mía, que llevo preparando desde hace unos ocho meses. Quería que el periodismo narrativo entre con fuerza en Bolivia. Abrir espacios. Pero no tenía toda la plata necesaria. Hace seis meses conocí a un tipo, a uno de esos locos que aparecen de vez en cuando, interesado en que saliera una revista como esta. Él puso una parte del capital, yo la otra y mi cuñado lo que faltaba. Renuncié a mi trabajo anterior (estaba como editor de periodismo narrativo en el semanario Pulso). Tenemos dinero como para salir a la calle un año. Apostaremos fuerte por la suscripción y esperamos que con la publicidad y las ventas se asiente la empresa.



“Nacer como revista en tiempos de crisis no será nada fácil. Pero no habrá excusas. La inseguridad será para nosotros una especie de seguro a todo riesgo: garantizará trabajo, soluciones ingeniosas y compromiso. Tres materias primas muy importantes ante la empresa que ahora nos ocupa. La divina providencia (asquerosa a ratos) y varios cientos de esos cochinos dólares tan imprescindibles para poner en marcha un proyecto como éste harán el resto”, pronosticó Ayala. La apuesta está hecha, las cartas corren sobre la mesa. Es hora de jugar.

Acá, el spot de presentación:

lunes, 15 de marzo de 2010

Hiroshima



"Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para el leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima; la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre, estaba de pie junto a la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril cortafuego; el padre Wilhelm Kleinsorge, sacerdote alemán de la Compañía de Jesús, estaba recostado en ropa interior y sobre un catre, en el último piso de los tres que tenía la misión de su orden, leyendo una revista jesuita, Stimmen der Zeit; el doctor Terufumi Sasaki, un joven miembro del personal quirúrgico del moderno hospital de la Cruz Roja, caminaba por uno de los corredores del hospital, llevando en la mano una muestra de sangre para un test de Wasserman; y el reverendo Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesía Metodista de Hiroshima, se había detenido frente a la casa de un hombre rico en Koi, suburbio occidental de la ciudad, y se preparaba para descargar una carretilla llena de cosas que había evacuado por miedo al bombardeo de los B-29 que, según suponían todos, pronto sufriría Hiroshima. La bomba atómica mató a cien mil personas, y estas seis estuvieron entre los sobrevivientes. Todavía se preguntan por qué sobrevivieron si murieron tantos otros. Cada uno enumera muchos pequeños factores de suerte o voluntad, un paso dado a tiempo, la decisión de entrar, haber tomado un tranvía en vez de otro, que salvaron su vida. Y ahora cada uno sabe que en el acto de sobrevivir vivió una docena de vidas y vio más muertes de las que nunca pensó que vería. En aquel momento, ninguno sabía nada".

Este es el primer párrafo de Hiroshima, de John Hersey. Hiroshima narra la vida de seis sobrevivientes a la bomba atómica que Estados Unidos lazó sobre Japón en 1945. Fue escrita como una serie de tres partes para The New Yorker, aunque los editores de la revista decidieron imprimirla completa el 31 de agosto de 1946 y usaron casi todo el espacio de aquel número. Ahora, forma parte de la serie Principios de este blog.

La foto es de Wayne Miller.

viernes, 12 de febrero de 2010

El ojo y el cuerpo



El argentino Walter Astrada recibió el primer premio del World Press Photo en la categoría Spots News, por su trabajo Baño de sangre en Madagascar, publicado en febrero de 2009. Astrada trabajó durante la crisis política que atravesó el país africano, que terminó con un golpe de Estado el 17 de marzo de 2009, y que dejó más de cien muertos.

“Me quiero asegurar de que la gente no tenga la excusa de decir ¡No lo sabía! Claro, muchas veces, tampoco lo pueden saber porque los medios no quieren publicarlas”, contó Walter a P+DH en esta entrevista por Skype:



Acá, algunos pasajes de esa conversación con Patricia Simón:

-“Si yo hiciera mi trabajo sólo para que lo publicarán, no haría muchas fotos. Solo haría fotos de estrellas de cine o de rock”.

-“Si los medios dejan de pensar que la gente es idiota, las cosas podrían ir un poco mejor”.

Hoy, luego de pasar por el Congo, el fotógrafo sigue en Madagascar cubriendo las protestas contra la corrupción y la crisis en la remota isla africana.


Encuentra más fotos como esta en Nuestra Mirada


Acá y acá , Astrada cuenta cómo empezó, de qué le sirvió su paso por La Nación, qué papel juega la violencia en su trabajo, cuáles son sus temas y las imágenes que no le quisieron publicar.

En otra entrevista, Astrada dijo: "Estás encuadrando con una cámara que cuesta al menos mil euros a gente que están matando delante de ti y que subsiste con menos de un dólar al día. Eso no es nada fácil de digerir. Es por ello que siempre estoy en un permanente conflicto conmigo mismo. Hay ocasiones en las que me consume mucho hacer lo que hago. Y es verdad que, a veces, arriesgo demasiado".

Acá, Walter eligió las cinco fotos que considera clave en su carrera.

viernes, 8 de enero de 2010

Claroscuros

Segunda entrega de la serie Principios que comenzamos con Leila Guerriero. Ahora es el turno de un comienzo de Martín Caparrós, que forma parte de su libro de crónicas La guerra moderna. El texto se llama Claroscuros:



El ciego acaba de subirse al colectivo, se para junto al chofer y dice que va a molestarnos unos minutos para ofrecernos algo que no tiene precio. A mi lado, una señora resopla: ufa, otro más. Es el tercero en veinte minutos. Hace calor, y todas las ventanillas del 60 están abiertas: el ruido, por momentos, tapa las palabras. El ciego es menudo; lleva el pelo raleado con colita, pantalones anchos medio hippies y una manera de moverse que casi desmiente su ceguera: empieza a caminar por el pasillo del colectivo sin grandes titubeos y deja, en cada asiento, un papel con un poema suyo que se llama Hijos de una Derrota: “… Nosotros, hijos de una derrota,/ constructores de un sueño y de su intento,/ paridos en décadas reveldes,/ la sangre en torbellino y el esperma./ Por suerte, Señor, está el deseo/ invocando la vida a cada rato,/ haciéndonos amigos de los miedos/ y cantando retruco al desengaño (…) Nosotros, hijos de una derrota,/ que lo vayan sabiendo los perversos,/ los idiotas,/ con la dulce señal del optimismo,/ seguimos sembrando en primavera”.

Cuando pasa a recogerlo, yo lo paro y le pregunto por qué escribe lo que escribe. Él me dice que se llama Alejandro Alonso y que, si de verdad quiero saberlo, me lo puede contar.

domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Quién mató a Christian Poveda?



El fotógrafo y documentalista franco-español Christian Poveda murió el 2 de septiembre de 2009. Le dispararon a muy corta distancia dos veces en el rostro. No le robaron nada. Estaba solo cuando lo hallaron, tirado a tres metros de su vehículo, junto a la sinuosa carretera que une los municipios de Soyapango y Tonacatepeque, en el área metropolitana de San Salvador. Acababa de salir de una colonia llamada La Campanera.

Tras un impasse de dos horas por un malentendido con su nombre, a las 5:30 de la tarde la Policía Nacional Civil (PNC) tenía ya la certeza de que el director de La vida loca había sido asesinado. La noticia tardó poco en propagarse, como si fuera una epidemia, y en cuestión de horas supo encontrar al escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya en su minúsculo apartamento del barrio Sangen-Jaya, en Tokio. Se enteró mientras navegaba en internet, con un titular de la Agencia Efe que dejaba poco margen para las ambigüedades: “Asesinan al fotógrafo Christian Poveda, director de un documental sobre pandillas”. Los 14 husos horarios que separan Japón y El Salvador habían convertido el miércoles en jueves, el hoy en ayer, el presente en pasado. Pero no amortiguaron la conmoción.

Los caminos de Christian y de Horacio se habían cruzado años atrás. Fue Christian quien lo buscó para proponerle que escribiera el prólogo de un libro de retratos sobre pandilleros que tenía pensando editar en México. La idea nunca cuajó, pero la comunicación se mantuvo porque tenía en mente un proyecto más ambicioso. En febrero de 2008 coordinaron un almuerzo en Madrid, España, en un restaurante de comida gallega del barrio de Malasaña. Horacio quedó sorprendido por el entusiasmo y por el conocimiento exhaustivo del fenómeno de las maras demostrado por su interlocutor. Resultó una reunión amena, de la que Horacio se despidió con una copia del documental La vida loca, con un sugestivo ofrecimiento para trabajar juntos y con la impresión de que Christian sabía demasiados nombres y apellidos; demasiados. La relación siguió estrechándose gracias a internet, pero nunca más lo volvió a ver.



Horacio supo del asesinato un año y siete meses después de aquel encuentro. Aturdido como un boxeador castigado, apartó los ojos de la laptop y los dirigió hacia su cuaderno de apuntes. Agarró un lápiz y anotó lo primero que se le ocurrió: “El asesinato de Christian Poveda me ha conmocionado. Era evidente que lo terminarían matando, pero exhalaba tanta confianza y entusiasmo que todos creíamos en su invulnerabilidad”.

A Christian lo conocí el 16 de julio de 2008 en un restaurante chino de San Salvador llamado Hunan. Lo cité para una entrevista, y llegó puntual, cargado con su inseparable laptop. Para entonces Christian tenía 53 años, pero parecía más joven. Medía un metro ochenta de estatura, se conservaba bien, proporcionado, y llevaba el pelo en su sitio. Lo singularizaban sus lentes, un grueso anillo en el dedo gordo de la mano derecha y el eterno gesto de seriedad en su rostro, como si le costara sonreír.

—Es que a mí las guerras me siguen por todos lados —me dijo con su castellano afrancesado.
La palabra guerra aparece con demasiada frecuencia en la biografía de Christian. Nació en Argel en 1955, nieto de unos abuelos que huyeron a Argelia de la Guerra Civil Española e hijo de unos padres que huyeron a Francia de la Guerra de Argelia cuando él tenía seis años. Su afición por la fotografía está relacionada con la Guerra de Vietnam y con los disturbios del Mayo del 68 francés. Y apenas pudo escaparse de la casa, agarró una cámara y marchó a fotografiar guerras en Mauritania, Sierra Leona, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, la isla de Granada, Camboya, Irak y Líbano. Con estos antecedentes, no resulta tan extraño que terminara enamorado de la guerra abierta que en Centroamérica libran las pandillas Mara Salvatrucha (o MS-13) y Barrio 18.

La carrera de documentalista la desarrolló de forma paralela a la de fotógrafo. Antes de La vida loca había trabajado en otros 15 documentales con temas tan variados como el toreo, la lucha contra el Sida o el ciclismo.

En aquella plática con rollitos de primavera de por medio me mostró fotografías impactantes, un repaso por algunos de los conflictos más sangrientos en el último cuarto de siglo. Me impresionaron su memoria y la precisión de los datos con los que enriquecía cada imagen. Así, una foto de unos soldados agazapados a la espera de los suministros de un helicóptero militar guardaba la historia de un operativo antiguerrilla, encabezado por el general Benedicto Lucas, entonces jefe del Estado Mayor guatemalteco, y realizado en febrero de 1982 en un pueblo del departamento de
Santa Cruz del Quiché llamado San Juan Costal. Christian estaba consciente de que mil buenas palabras son el complemento perfecto para cualquier imagen.

Aquel día también me dijo que regresó a El Salvador en 2004, dos décadas después de haber cubierto la guerra civil, y que la elección no fue casual.
—Este país tiene una particularidad: es uno de los más pequeñitos del mundo, pero en lo malo está siempre en el pódium de los tres primeros. En homicidios son los primeros, medalla de oro; en pandillas, ahí van; en consumo de droga, medalla de bronce...

La crítica explícita era una herramienta que Christian usaba con frecuencia, y esto le supuso no pocas discusiones y enemistades. Nueve meses antes de que lo asesinaran dejó plasmada, en un foro de internet, su teoría acerca de la crítica como instrumento para el crecimiento profesional: “La crítica es imprescindible, y tiene que ser franca y directa, aunque no guste. Pero eso sí, tiene que ser argumentada, honesta y sincera”.

Esa manera de ver la profesión hizo que Christian no fuera alguien muy querido entre el gremio de fotógrafos de El Salvador, un país en el que cuesta digerirlas.
—Había muchos que decían que eso de hacer retratos de pandilleros es la cosa más fácil, que ese tal Poveda un par de retratos es todo lo que había hecho —dijo Edgar Romero, un fotógrafo salvadoreño de 41 años y mirada profunda.
—¿Muchos? —pregunté.
—La prueba está en que su círculo de amistades entre los fotoperiodistas en El Salvador era pequeño a pesar de ser un tipo que vino sin ninguna jactancia y a tratar de enseñar, pero pocos fueron los que lo escucharon.



Edgar Romero era uno de los pocos amigos que Christian tenía en el gremio. Su amistad se empezó a forjar una mañana de noviembre de 2005, en la que coincidieron a los pies de la catedral de San Salvador. Pandilleros del Barrio 18 habían tomado el edificio para protestar por las condiciones en las cárceles. Ese mismo día, en la tarde, Christian se presentó en el Photocafé, el negocio de Edgar Romero, un bar de luces cálidas y música baja que terminó convirtiéndose en su segundo hogar.
—Yo creo que los salvadoreños —escuché a Christian decir otro día— tienen una forma bastante oportunista de funcionar: se preocupan solamente de ellos mismos y nada más, pero no están funcionando de una manera cívica. Cada uno está en su casa y se preocupa de sus cosas. Y claro, cada uno contrata su propia seguridad, y no se piensa como sociedad.

Christian concibió La vida loca a finales de 2004, cuando viajó a El Salvador con la idea entre ceja y ceja de documentar el fenómeno de las maras. Confiado en sí mismo y con los conectes adecuados, apuntó alto: se reunió con líderes tanto de la Mara Salvatrucha como del Barrio 18 y logró los permisos para realizar sesiones fotográficas y entrevistas personales a pandilleros en las cárceles y fuera de ellas.

La semilla para la película estaba sembrada, y comenzó a germinar en enero de 2006, cuando abandonó París para instalarse de forma definitiva en El Salvador. Como gran cocinero que era, se trajo el antiquísimo libro de recetas heredado de su abuela. Tras la buena experiencia con las fotografías, el objetivo ahora era la película. Se lo planteó de nuevo a los cabecillas de las dos pandillas, pero en esta ocasión sólo el Barrio 18 aceptó la propuesta. Se acordó que la filmación sería en La Campanera, Soyapango, una populosa colonia de clase media-baja ubicada a 20 minutos en carro desde el centro de San Salvador. Territorio del Barrio.

Uno de los motores narrativos de La vida loca es la panadería con la que los pandilleros tratan de demostrar que son capaces de sostener un proyecto productivo. Esa panadería es parte de esos ofrecimientos para lograr el sí del Barrio. Los hornos y todo el instrumental los tuvo que pagar Christian. Y el alquiler del local. Y la harina. Y la levadura. Y las piñatas. Y los abogados. Y los tratamientos médicos. Durante el tiempo que funcionó, uno de los gerentes de la panadería fue Moreno. Es quizás el pandillero con el que más relación creó de entre todos los personajes del documental.

El 29 de agosto de 2006, Christian llegó poco antes de las nueve de la mañana a la colonia Bella Vista, en Soyapango, a unos 10 minutos en carro de La Campanera. Entró en el mesón y cámara en mano se dirigió al cuarto en el que dormía Moreno. Ese martes cumplía 26 años y Christian tenía algo en mente.
—Puta, hijoeputa, mirá cómo te veo —dijo, fiel a su convicción de que las palabrotas disimulaban su acento francés.
—¡Puta! ¡Come mierda! Dejá dormir, andate a la mierda —respondió una voz desde la cama.
—Ah, qué culero. Vámonos, vámonos.
No insistió. Cerró la puerta. Moreno dio medio vuelta y al poco se durmió.
Moreno es José Luis Rosales, pandillero de la 18 desde los 12 años, amigo de Christian y uno de los personajes que más peso tienen en La vida loca. Tiene la piel clara, un bigote tímido en su rostro y por el cuello y el brazo derecho se le asoman tatuajes.
Pasada una hora, Christian regresó y comenzó a golpear de nuevo la puerta. Lo hizo con tanta fuerza que la destrabó. Entró, y le tiró un vaso con agua.
—Levantate, que te vamos a celebrar el cumpleaños.
—Hijoeputa, vos solo casaca sos.

El ofrecimiento iba en serio. Christian había ido a comprar una bolsada de carne, seis libras de arroz, tomates, cebolla y cilantro. También trajo dos garrafones de vodka Troika y cervezas para una tribu entera.
—Y ahorita llamá a los homeboys.
—¿Y qué vas a hacer?
—Celebrar, y lo vamos a poner en la película.
Durante la filmación Christian pagó el alquiler del cuarto en la Bella Vista para evitar el acoso policial en La Campanera, le compró un teléfono celular, lo llevaba a restaurantes de la exclusiva colonia Escalón de la capital.

En octubre de 2007, encarcelaron a Moreno por homicidio agravado y extorsión, pero no dejaron de verse. Incluso encarcelado. Un día antes de su asesinato Christian gestionó ante las autoridades de Centros Penales una visita en el de Quezaltepeque. Moreno la aceptó por escrito pocas horas antes de que asesinaran a su amigo:
“Quezaltepeque 2 de septiembre de 2009. por este medio ago constar que yo Jose Luis Rosales estoy de acuerdo para seguir con la segunda etapa de el documental de Crístian el periodista. yo estoy dispuesto a trabajar con el F. Jose luis Rosales.”
Un año antes, en aquel restaurante chino, había preguntado a Christian por qué tanto esfuerzo y tiempo en retratar este mundo.
—Porque a mí me interesa el trabajo sobre la marginación social —dijo—. Y las maras son un ejemplo universal para demostrar los efectos que generan la marginación y las malas políticas sociales.
—¿Y qué tipo de relación mantienes con los personajes de tu documental?
—Estoy en contacto permanente con ellos. Ahora que salgamos de esta entrevista me voy a ir a ver a algunos. Tú no puedes estar dos años con gente a diario y no establecer una relación. Ellos son lo que son, yo no me involucro en sus cosas, pero de ciertos personajes de mi película, claro, estoy siempre al tanto
de si no les pasó algo o si los encarcelan, si siguen vivos… Ese tipo de cosas.

Otros acuerdos cruciales con el Barrio 18 para la filmación de la película eran, en primer lugar, que el documental sólo se iba a exhibir en el extranjero; en segundo, que iba a mostrar la vida de los pandilleros que ya no querían andar en la violencia, y en tercero, que una vez la película se hubiera exhibido en cines fuera del país, Christian entregaría una copia de buena calidad para que la pudieran vender en la calle como DVD pirata.

Evitar que llegara al mercado negro se convirtió en una obsesión para Christian, al punto que, salvo excepciones como Horacio, no prestaba copias de la película ni siquiera a sus amigos. “Le tengo tanto miedo a la piratería que me asusta saber que hay algunas copias paseándose”, escribió alarmado a finales de 2008. Pero lo más que logró su recelo fue retardar lo inevitable. En agosto, unas semanas antes de su asesinato, La vida loca estaba en las calles del centro de San Salvador.

En los 16 meses de filmación había hecho amistad con varios de sus personajes, pero transcurridos dos años casi todos estaban ya muertos, o encarcelados o vivían en otras colonias. La Campanera a la que llegó el 2 de septiembre, no era la misma en la que él podía dejar el carro con las puertas abiertas dos años atrás. Él lo sabía mejor que nadie. ¿Por qué entonces alguien conocedor de que algo había fallado en su acuerdo con el Barrio 18 y que sabía como pocos del funcionamiento interno de las pandillas, encendió su carro y lo manejó hasta la boca del lobo?

La última vez que vi a Christian fue dos meses antes de que lo asesinaran. La Alianza Francesa de San Salvador organizó el 30 de junio un debate titulado “Violencia juvenil, ¿qué soluciones?”, y él era uno de los ponentes. Llegó con su mejor sonrisa y sin recibir ni un dólar a cambio. La charla resultó un evento íntimo, con no más de 30 personas de público. Al terminar, recuerdo que me pidió el teléfono para hacer una llamada a su pareja.

En sus intervenciones, Christian explicitó su postura personal sobre el fenómeno de las pandillas: las políticas represivas implementadas en El Salvador por la derecha fueron un fracaso, hay sectores de la sociedad que se lucran de la violencia, los medios de comunicación locales tienen una cuota de responsabilidad importante, y la única solución a corto plazo es que el gobierno se siente
a negociar con los pandilleros y cree condiciones para una tregua entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18.

El mensaje de La vida loca está en sintonía con ese planteamiento que dibuja a los miembros de pandillas más como víctimas que como victimarios. En el documental los represores son la policía y el ejército. Los pandilleros son una joven que intenta encontrar a su madre que la abandonó a los seis días de nacida, son una madre que amamanta a su hijo, son un niño de la calle agradecido con la familia que encontró en el Barrio. Son jóvenes que intentan ganarse la vida haciendo pan, pero que son perseguidos. En 90 minutos aparecen pandilleros que se divierten, bromean, bailan, trabajan, se drogan, se convierten al cristianismo o se tatúan, pero no hay ni un solo plano de alguno armado.

Ante esta selección de la realidad que realizó Christian, no es de extrañar que la crítica de cine publicada por el diario francés Libération concluyera con esta frase: “Ha podido dibujar los contornos de los personajes, por lo que ahora es imposible negarles la condición de las víctimas”.

Un aporte fundamental sobre el fenómeno de las maras que hace el documental no está en un primer plano de lectura. La pandilla que retrata va más allá del estereotipo del grupo de jóvenes tatuados con predisposición al delito y a la violencia. Christian logra mostrar la complejidad del fenómeno, y es algo que se ve en los velorios. En el último que se muestra, el de la pandillera tuerta, los tatuados son minoría. Lo que abundan son rostros imberbes, adultos mayores, hasta niños se ven. Todo un entramado social. Con su cámara Christian dejó sin argumentos a los que opinan que las pandillas son un problema estrictamente delincuencial y no social.

Unas semanas antes de que se estrenara, en septiembre de 2008, en el Festival Internacional de Cine de Donostia, en el País Vasco, pude preguntar a Christian qué opinaba él de La vida loca, y ésta fue su respuesta:
—La película es, como decimos en Francia, à double tranchant, a doble corte. Realmente yo he compartido la vida de estos locos, y hay algunos que los ves vivir… y los ves vivir y los ves vivir. Y es puro documental, no es como un actor que muere y ya sabes que lo vas a ver vivo en otra película. Aquí mueren de verdad. Y eso es algo impresionante y que le da fuerza a la película, pero al mismo tiempo asusta mucho.

Hoy todo son elogios para La vida loca, pero hasta ese 2 de septiembre de 2009 lo cierto es que no estaba funcionando comercialmente. Pasó sin pena ni gloria por los festivales en los que se proyectó, y su primer contacto con la gran pantalla fue una decepción. Se estrenó de manera comercial en España en diciembre de 2008, pero sólo en cuatro salas: dos de Madrid y dos de Barcelona.
—La película tuvo poca repercusión —me dijo Luis Ángel Bellaba, productor y distribuidor en España—. Fue tan leal con el tema de su película, las maras y con el dolor que representa esa vida, que filmó exactamente eso. Y lo describió tan bien que lo hizo a lo mejor muy duro. La gente hoy no está acostumbrada a ese tipo de películas.

Para el 30 de septiembre de 2009 estaba previsto el estreno en Francia, la tabla de salvación. Además de director, Christian era coproductor y había incluso vendido su casa en Francia para financiar el documental. Estaba también convencido de que la viabilidad de su nuevo proyecto dependía de que La vida loca obtuviera unos números aceptables. Christian quería dirigir una película de ficción sobre las maras. Y el guión lo iba escribir Horacio.

Quizá por eso recibió con los brazos abiertos la propuesta que le hizo la revista francesa Elle de publicar un extenso reportaje sobre pandilleras justo la semana del estreno de la película en Francia. Una publicidad invaluable.
—Él quería hablar con nosotros —me dijo Moreno.
A Christian lo citaron en La Campanera. Fue porque ese regreso iba a servir para dos cosas: allanar el camino antes de la visita del equipo de Elle y explicar al nuevo liderazgo local del Barrio 18 que él no era el responsable de que el DVD se estuviera vendiendo en las calles.

El miércoles 2 de septiembre Christian madrugó como de costumbre, y se sentó frente a su computadora. Navegó durante al menos dos horas, con constantes ingresos a Facebook, el portal al que dedicaba tanto tiempo en los últimos meses. De la casa salió con una camisa azul oscura para ser entrevistado por la inminente inauguración de la exposición fotográfica en el Photocafé que él había curado. Regresó pasadas las 10. A mediodía volvió a subirse en su Nissan Pathfinder plateada y se dirigió hacia La Campanera.

Elle abortó su reportaje, pero Christian logró sin pretenderlo lo que se había propuesto: publicidad para La vida loca. El documental se estrenó el 30 de septiembre en Francia con éxito de crítica y de público, se reestrenó en España el 30 de octubre y con los años quizá se convierta en un documental de culto.



Los datos fríos
El Buró Federal de Investigaciones (FBI) de Estados Unidos estima que el Barrio 18 y la Mara Salvatrucha suman unos 24 mil pandilleros activos repartidos en 46 de los 50 estados. Están tan preocupados por la cifra que a finales de 2004, el FBI creó una unidad especial para monitorear y desarticular ambos grupos. La PNC de El Salvador, un país que tiene 0.2% del tamaño de Estados Unidos y su población representa 2%, tiene fichados en sus archivos a 17 mil pandilleros.
—¿Y las pandillas siguen creciendo?
—Sí, en mi opinión, sí.
—¿Estamos peor que nunca?
—Así es. Y el año pasado estábamos peor que nunca, y el anterior. Y en el año 2000 estábamos peor que nunca.
Responde Augusto Cotto, el subdirector de Investigaciones de la PNC. Por su cargo, es el responsable de la investigación policial del asesinato. Está convencido de que el Barrio 18 le cobró a Christian desa-venencias surgidas tras el rodaje, aunque no sabe —o no quiere— especificar cuáles. Cotto incluso señala quién es el pandillero que desde un penal dio la orden de ejecutarlo: Nelson Lazo Rivera, El Molleja. El papel que la policía le atribuye es el de encargado de tribu para las colonias de la zona norte y poniente de Soyapango, donde se ubica La Campanera.

El Molleja y Christian son viejos conocidos. Se vieron por primera vez a finales de 2004, durante el trabajo fotográfico que realizó antes del documental. El Molleja posó para Christian. Tiene una mirada triste y enigmática, y su cuerpo parece lienzo. En su cara hay más carne tatuada que sin tatuar. Destacan un gran “666” en la frente, la palabra “SUR” en su nariz, varios “18” y “13” —las dos pandillas en guerra respetan esta cifra porque los identifica como sureños de Los Ángeles— de distintos tamaños y una intimidante inscripción entre las cejas y los ojos: “GAME” a la derecha, “OVER” a la izquierda.

El joven al que la policía presentó como el autor intelectual del asesinato era como un imán para Christian. En su cuenta de Facebook, en el recuadrito donde debía ir su fotografía, lo que aparecía era el rostro tatuado de El Molleja. Además, y a pesar de no residir en La Campanera, no desaprovechó la oportunidad de incluirlo en La vida loca. Se le ve en uno de los velorios, junto al ataúd de uno de los pandilleros asesinados. Y más adelante, como uno de los detenidos tras una redada masiva, El Molleja aparece sentado entre docenas de dieciocheros en la presentación ante los medios de comunicación. Christian regaló a El Molleja dos planos, cinco segundos de gloria.

Sonaba el Canon en re mayor de Johann Pachelbel cuando a las tres de la tarde del 9 de septiembre entré a la iglesia. A esa hora se cumplía una semana exacta desde el asesinato. Christian era un ateo confeso, pero la familia tuvo a bien organizar una misa católica para que amigos y colegas pudieran honrar su memoria y despedirse. Ésa era la idea. Madre y hermana, llegadas desde España, estaban sentadas en primera fila, cerca de la urna con las cenizas, una sencilla caja de madera dentro de una pequeña corona de flores.

La iglesia de Santa Elena forma parte del complejo funerario privado en el que incineraron a Christian. Es de reciente construcción, de paredes blancas e impecables, con capacidad para 450 personas sentadas y bien iluminada gracias a la luz que entra por las ventanas y por la ciclópea cristalera que hay detrás del altar. La decoración es parca: una gran cruz de madera, estatuas, un cuadro enorme de San Escrivá de Balaguer, la bandera de El Salvador. Lo que más llamó mi atención fue el aire acondicionado.

Callados los violines, la misa inició con apenas un tercio de las bancas ocupadas y una veintena de fotógrafos y camarógrafos enfocando y revoloteando alrededor de la urna como avispas alteradas. En sus discursos, la hermana de Christian, María José, rogó porque su muerte sirva para cambiar El Salvador; y Aída Santos, una ex juez que aparece en La vida loca, dijo que la paz en el país no se logrará entre resentimientos y egoísmos. Mientras se pronunciaban estas palabras, el avispero se peleaba por la mejor toma: ocuparon los pasillos, se sentaron junto a la urna
con las cenizas, se aproximaron a la madre para fotografiarla… Ésa fue la despedida del gremio a pesar de que un día antes se hizo circular una solicitud expresa: “Todos y todas sabemos el respeto con que Christian asumía el trabajo periodístico y, por lo tanto, en un momento tan duro como éste, queremos ofrecer ese mismo respeto a su memoria y a su familia”.

En los días siguientes, una fracción de las cenizas voló hacia Alicante, la tierra de la que huyeron sus abuelos en 1939 y a la que regresó su madre. El resto, la porción mayor, por deseo del propio Christian se esparció en tres lugares distintos de El Salvador, el país que quiso tanto y por el que tanto dio.

Texto de Roberto Valencia publicado por Gatopardo en su número 107.

Erick Boy, uno de los protagonistas del documental, habla desde la cárcel sobre su relación con Christian Poveda.

Esta es la historia de Little One, una pandillera que perteneció durante 11 años a la Mara 18. Ahora la abandonó y vive escondida. Era amiga de Christian Poveda y aparece en el documental.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Una centésima de segundo



One Hundredth of a Second es el cuarto cortometraje del equipo formado por la directora Susan Jacobson y el productor Alex Boden después de haber realizado Bushido: The way of the warrior (Bushido: el camino del guerrero), Cracks in the ceiling (Grietas en el techo) y Couch Conversations (Conversaciones de sofá).



Según contó la directora, la idea surgió del Bang Bang Club sudafricano del que formaba parte Kevin Carter, el fotógrafo del buitre y la nena.

Acá, el corto:

lunes, 23 de noviembre de 2009

Un zarpazo en el centro del pecho

Después de dos meses de ausencia retomamos este blog con la primera entrega de una serie: Principios. La gran cronista Leila Guerriero, al explicar cómo escribe sus crónicas y perfiles, dice:

Un buen principio debe tener la fuerza de una lanza bien arrojada y la voluntad de un vikingo: ser capaz de empujar a la crónica a su mejor destino, y caer con la brutalidad de un zarpazo en el centro del pecho del lector. Con un buen principio lo demás es fácil: sólo hay que estar a la altura, hacerle honor a esos párrafos primeros. Yo, que no obedezco nunca a nadie, obedezco a mis principios con sumisión arrebatada: sé que son el único leño al que podré aferrarme en ese océano de palabras donde no encontraré, por mucho tiempo, lógica, orden, ni prolijidad.

Y aunque aparecen cuando quieren, sin dejarse sobornar por lógica alguna, no empiezo a escribir a menos que tenga, con mucha suerte, uno; con mala suerte, dos y, con pésima suerte, varios principios.


Y qué mejor que un comienzo de Guerriero. Este es el contundente primer párrafo de El hombre del telón, texto que pueden encontrar en su nuevo libro: Frutos extraños, crónicas reunidas 2001-2008 (Aguilar):

Yo, de entre todos los hombres. Yo, nacido en Lota, Chile, un pueblo que fue mina de carbón y ahora es historia. Yo, cincuenta años recién cumplidos en una ciudad al sur del mundo en la que llevo ocho meses y que aún no conozco. Yo, de entre todos los hombres. Yo, que soñaba en Lota con telas exquisitas, y que marché a París, tan joven, para estudiarlas, para vivir con ellas. Yo, las manos hundidas en este terciopelo bordado ochenta años atrás por hombres y mujeres que sabían lo que hacían. Yo, aquí, en este espacio circular, solo, atrapado, mudo, las puertas cerradas por candados para que nadie sepa. Yo, el más odiado, el más oculto, el escondido. Yo, de entre todos los hombres, paso las manos por esta tela oscura como sangre espesa que se filtra en mi sueño y mi vigilia y le digo háblame, dime qué quisieron para ti los que te hicieron. Yo, Miguel Cisterna, chileno, residente en París, habitante pasajero en Buenos Aires, solo, oculto, negado, tapiado, enloquecido, obseso, soy el que sabe. Soy el que borda. Yo soy el hombre del telón.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Las Aguilas Humanas

Al Hotel de Tomás llegó un mail del periodista y escritor Cristian Alarcón:

Queridos amigos, queridas amigas:

Por fin, después de mucho trabajo previo –bajo la dirección técnica de Candelaria Schamun–, aquí el blog de crónicas que veníamos tramando. Es el comienzo, con tres historias de alumnos del taller de crónicas que coordino en Buenos Aires hace cinco años. Pronto y cada semana habrá más, algunas mías, y otras de complices de otros lares, para matizar tanta localidad. El inicio es un poco peronista –gran perfil de Martín Ale sobre Tula, el Bombo–, otro tanto policial –potente perfil del Gordo Valor, de Rodolfo Palacios–, para no despistar demasiado. Pero ya vienen los narcos, los freaks, y el glam que no deben faltar. Les dejo un abrazo enorme. Y entren, visiten la carpa de Las Aguilas Humanas, que siempre habrá algo nuevo en el aire de los nuevos cronistas latinoamericanos.

Cris.




En el blog, Alarcón explica: "Las Aguilas Humanas era un circo, una carpa enorme que se levantaba al lado del río Cocule, en La Unión, el pueblo en el que nací. Llegaba cada verano y se instalaba en la costanera para fascinación de los niños del lugar que llegábamos a mirar desde el puente, deslumbrados, los preparativos para la noche estelar. “Hoy va a llover, llegó el circo”, decía mi abuela cada vez que pasaban con los trailers y la trouppe frente a la casa, rumbo al centro. Por la noche, mientras los trapecistas volaban como águilas humanas por el aire, llovía. Este blog es el lugar en el que podrán encontrar los relatos escritos por los jóvenes cronistas del taller que coordino en Buenos Aires hace cinco años, los de algunos Nuevos Cronistas de Indias y los míos, que de vez en cuando todavía salen por ahí".

martes, 4 de agosto de 2009

Consejos Magnum para jóvenes fotógrafos

Antes de que Alec Soth diera una conferencia y mostrara sus fotos en la Sociedad para la Educación Fotográfica de San Francisco, Estados Unidos, sospechó que le preguntarían si tenía consejos para los jóvenes fotógrafos. Así que se le ocurrió que sería bueno tener también algunos consejos de sus compañeros de la agencia Magnumphotos. Recibió 35 respuestas. Estas son algunas:

Abbas
Comprate un buen par de zapatos para caminar y… enamorate.



Alec Soth
Probá todo. Fotoperiodismo, modas, retratos, desnudos, lo que sea. No vas a saber qué clase de fotógrafo sos hasta que lo pruebes. Divertirse es importante. Te tiene que gustar el proceso y el tema. Si estás aburrido o descontento con tu tema, se va a notar en tus fotos. Si sentís que querés sacar fotos de gatitos, sacá fotos de gatitos.



Alex Majoli
Aconsejaría leer mucha literatura y mirar lo menos posible a otros fotógrafos. Trabajá todos los días aunque no tengas ningún encargo o dinero, trabajá, trabajá, trabajá con disciplina para vos mismo y no para los editores o los premios. Y también colaborá con gente, no nercesariamente fotógrafos, sino gente que admires. ¡La palabra clave para aprender es participación!



Alex Webb
Sacá fotos porque amás hacerlo, porque necesariamente tenés que hacerlo, porque la principal recompensa va a ser hacerlo. Las otras recompensas –el reconocimiento, el dinero– vienen tan poco y son tan efímeras. Sin dudas, hay muchas formas de ganarse la vida de una manera más fácil en esta sociedad. Tomá a la fotografía como una pasión, no como una carrera.



Carl De Keyzer
Dale a la fotografía todo lo que tengas por lo menos durante cinco años y después decidí se tenés lo que hace falta. Muchos grandes talentos abandonaron al comienzo. El gran agujero negro que acecha después de los años cómodos de estudio es el primer asesino de los futuros talentos.



Christopher Anderson
Olvidate de la profesión de ser fotógrafo. Primero hay que ser fotógrafo y quizá después venga la profesión. No te apures en pagar el alquiler con tu cámara. Hacé las fotos que debas hacer y quizá eso te lleve a tener una carrera. Pero si tratás de hacer una carrera primero, vas a hacer fotos de mierda que no te van a importar.



Chris Steele-Perkins
1)Nunca pienses que la fotografía es fácil. Es como la poesía. Es lo suficientemente fácil como para hacer unas pocas rimas, pero eso no es un buen poema.
2)Estudiá fotografía, mirá a la gente que tuvo logros, pero aprendé de ellos, no los imites.
3)Fotografiá lo que realmente te interesa, no lo que te parece que tenés que hacer.
4)Hay que ser abierto a las críticas: pueden ayudarte de verdad, pero mantenete en el centro de tus valores.
5)El estudio y la teoría son útiles pero aprendés más haciendo. Sacá fotos, muchas, decepciónate por lo que sacaste, sacá más, afilá tus habilidades y salí al mundo a interactuar.



Constantine Manos
Tratá de no hacer fotos que simplemente muestren lo que se ve. De acuerdo a la manera en que ponés los elementos de la imagen en el marco de la foto nos tiene que mostrar algo que nunca vimos y que no veremos de nuevo. Y acordate que capturar el momento hace de la imagen aún más única en la línea de tiempo. Sacar buenas fotos es fácil. Sacar muy buenas fotos es difícil. Hacer grandes fotos es casi imposible.



David Hurn
No te hagas fotógrafo a menos que tengas que hacerlo. Si te convertís en fotógrafo vas a caminar mucho, así que comprate un buen par de zapatos.



Dennis Stock
Los fotógrafos jóvenes deberían aprender bien el oficio y no esperar que sacar fotos va a ser una forma constante de ganarse la vida. Pero deberían seguir su felicidad. Encontrá tiempo para alcanzar los temas que te preocupan, sean grandes o pequeños. Por encima de todo, cuando dispares hacé una imagen articulada.



Eli Reed
Pará de pensar en las teorías cuando tenés la cámara en la mano y no pienses demasiado la imagen. Perdé el ego y dejá que la fotografía te encuentre. Observá cómo se mueve la vida como un río alrededor tuyo y date cuenta de que las imágenes que sacás pueden convertirse en parte de la historia colectiva del tiempo en el que estás viviendo.



Harry Gruyaert
Tenés que ser vos mismo, no le copies a nadie.



John Vink
No dejes de cuestionarte (eso te va a hacer menos arrogante). Empujá, empujá, escarbá, cavá… empujá más y pará cuando no lo disfrutes más. Pero sobre todo respetá a quienes estás fotografiando.



Mikhael Subotzky
Mantenete en un proyecto un largo tiempo. Y mantenete a travéz de varios niveles de aprendizaje, aún si pudieras sentir que el trabajo está terminado. Es la única manera de atravesar algunas lecciones vitales que se necesitan aprender respecto a contar historias y a cómo combinar imágenes.



Patrick Zachmann
Andá a exhibiciones, a ver libros y tratá de hacer un proyecto personal en el que sientas que tenés un acercamiento único al tema porque estás cerca y necesitás expresarlo y entenderlo.



Peter Marlow
Tenés que ser vos mismo, levantate temprano y no te esfuerces demasiado, que cualquier cosa que esté tratando de salir saldrá eventualmente sin esfuerzo. Aprendé a confiar en tus instintos y no pienses demasiado en lo que dirán los otros o en el proceso de fotografiar. Trabajá duro pero disfrutálo.



Steve McCurry
Si querés ser fotógrafo tenés que sacar fotos. Si mirás los trabajos de los fotógrafos que admirás, vas a ver que encontraron un lugar o temas particulares, se metieron hasta el fondo y sacaron algo especial. Eso requiere mucha dedicación, pasión y trabajo.



Susan Meiselas
Mirá profundamente, seguí tus instintos y confiá en tu curiosidad.



Thomas Hoepker
Evitá las escuelas de fotografía y los cursos. La mayoría te van a dar ideas pretenciosas y te van a torcer la mente en una sola dirección. Encontrá tu manera de fotografiar, nadie te va a pedir después el diploma. Visitá todos los museos que puedas. Las imágenes que veas te van a acompañar el resto de tu vida. Te van a ayudar a descubrir buenas fotos en la vida real. Suprimí cualquier ambición tonta de convertirte en un gran artista. Ser un buen fotógrafo es lo suficientemente difícil.



El resto de los consejos, acá.