jueves, 3 de julio de 2008

Ignacio Ezcurra, a 40 años de su muerte


“Saigón, 8 de mayo. Correrá mucha sangre en mayo...”. Esa línea, breve, inicio de un incompleto artículo apenas esbozado sobre una página en blanco, fue lo que encontró sobre la máquina de escribir de Ignacio Ezcurra un colega de la agencia France-Press, en la soledad de su habitación. La 502 del Hotel Eden Roc, en la calle Tu Do. Sobre la cama, papeles dispersos y apuntes desprolijos: “Entrevistas. Visitas a Hue, al delta del Mekong. Saigón: la ciudad sitiada. Tal vez Khe San. El planteo para la paz. Quiénes están a favor y en contra. Los católicos. Los budistas. Las otras sectas. La gran masa indiferente. Notas circunstanciales: salida de patrulla. Creo que tengo que hacer: Mayo con sangre, junio con paz”...

Allí quedaría para la historia esa sentencia con los puntos suspensivos con las pertenencias de Ezcurra, un joven de 28 años, nacido en San Isidro, Buenos Aires, en 1939. Era el quinto hijo de una familia de 12 hermanos y descendiente de Juan Manuel de Rosas y de Bartolomé Mitre, fundador de La Nación, el diario en el que había empezado a trabajar en Avisos Clasificados, sólo seis años antes de ese 1968 en el que conocería Vietnam y su propia muerte.

A los 19 años emprendió un viaje junto a dos amigos, con los cuales recorrería más de 20 mil kilómetros por tierra hasta Estados Unidos, donde estudió periodismo gracias a una beca otorgada por la Sociedad Interamericana de Periodismo, en la Universidad de Missouri. Al volver a la Argentina, fue enviado por la Secretaría de Cultura de la Nación y el Instituto Di Tella a recorrer el país para presentar espectáculos audiovisuales y documentales. Esta experiencia le permitió visitar más de 60 ciudades.

Su trabajo periodístico lo llevó a Medio Oriente en 1965. Más tarde, en 1967, viajó a Estados Unidos, donde investigó los conflictos raciales, entrevistando a personajes como Martin Luther King y Robert Kennedy.

Durante su infancia, Ignacio conoció a Ernesto Guevara de la Serna en Alta Gracia. Córdoba. Entonces, en la casa enfrente a los Ezcurra vivían los Guevara y la relación era muy cordial. Una tía de Ignacio, incluso, se casó con Jorge de la Serna, hermano de la madre de Ernesto. Ya en 1966, Ignacio pretendía viajar hasta Bolivia para rastrear las huellas de su antiguo vecino, como para responder, acaso, a las bromas de otros redactores por su relación con el Che: “Ignacio, ¿dónde está tu primo, el Che Guevara?”, le preguntó jocoso un día el secretario de redacción. La respuesta de Ezcurra borró la sonrisa en la cara de su jefe: “Si yo tuviera 200 periodistas a mi cargo, no haría esa pregunta”.

Para Ezcurra era tan importante encontrar los hilos profundos de la trama como hallar el estilo que atrape al lector, que lo apasione: “Saigón. Amanecer del 8 de mayo. Medio mundo de distancia de Buenos Aires. Columnas de humo negro se levantan en el camino de Cholón, en el sector sur, mientras se escuchan incesantes las ametralladoras y el cañoneo.”

Otra muestra de su estilo se puede leer en el primer párrafo de su relato de viaje por América latina: “Vi la rata cuando casi todo su repugnante cuerpo gris asomaba por debajo de la cocina y sus brillantes ojitos rojos espiaban con gula las migas desparramadas al pie de la mesa, en el centro del cuarto. Alerta, ella también me vio, pero sin temor se internó trotando en el campo de tiro, mientras su cola zigzagueaba en el suelo como una lombriz ciega. Me pareció novicia. No me acordaba de haberla visto esa noche, y decidí tratar de alcanzarla con una de las botas de Joaquín, más lentas, pero en caso de impacto mucho más contundentes. Ocupado con un pedazo de galleta, el animal ni mosqueó cuando desde la cama tomé puntería, y recién huyó con un chillido cuando la bota estalló a dos centímetros de su cabeza”.



Cita con la guerra
"Yo voy", afirmó, convencido. A su lado, el editor lo miró escéptico, sin creerse demasiado las ansias de ese joven redactor que insistía con el tema y se ofrecía como voluntario a viajar a Vietnam en plena guerra. Varios intentaron convencerlo de cambiar de idea. Desde hacía tiempo que el tema lo había cautivado: leía, investigaba, se preparaba para un viaje que se postergaba cada día. De a poco le fue ganando la pulseada a editores, amigos y familiares y armó la valija para partir rumbo a Saigón como enviado especial del diario La Nación.

Llegó a publicar algunas notas desde el frente en los 14 días que estuvo en Vietnam. En la primera describió su llegada en avión a la capital vietnamita: “El avión asciende a 12 mil metros. ‘Hay que impedir que nos alcancen los cañones comunistas’, dice la azafata con la misma cara sonriente con que había anunciado el cóctel. Y ya volando sobre los arrozales cuajados de cráteres rojos y grises, se desploma en el interior del avión el fantasma de la guerra. Los soldados, estirados en sus asientos, hacen como que dormitan, mientras piensan o recuerdan”.

En otra nota, titulada Encarnizada lucha se libró ayer en Saigón, Ezcurra narró: “Todo el día de ayer fue continuo el fluir de despavoridos refugiados que cargando ropas y animales en canastas, bicicletas o motocicletas vinieron hasta el centro. Luego, las familias permanecían amontonadas y en cuclillas en veredas y plazas mirando hacia el Sur la columna negra que consumía sus casas”.

Esa nota fue publicada el mismo día en que Ezcurra desapareció.

La muerte
La periodista italiana, Oriana Fallaci fue la enviada a Vietnam por el diario L´Europeo de Milán. Compartió algunos días de la cobertura con Ezcurra y estuvo en Saigón cuando desapareció el corresponsal argentino. En el libro Nada y así sea, Fallaci brindó su testimonio sobre los hechos.

Escribió sobre ese 8 de mayo: “Estamos preocupados por Ignacio Ezcurra. Ayer por la mañana se fue en busca de noticias con dos corresponsales de la Associated Press y uno de Newsweek. En Cholón, cerca del lugar donde mataron a Piggott y sus compañeros (se refiere a cuatro periodistas asesinados supuestamente por el Vietcong una semana antes), dijo de pararse para echar una ojeada. Se apeó del coche, echó a andar y por la tarde aún no había regresado al hotel. Tampoco regresó por la noche, y tenía una cita para la cena. ¿Lo habrán hecho prisionero? ¿Anda en pos de una noticia especial? ¿Se ha ido hacia el norte? Todos dicen que no; acaba de regresar del Norte precisamente. ¿Y qué noticias quiere saber después del toque de queda? Por lo demás, es un hombre demasiado educado para olvidar una invitación a cenar. Tememos que haya sido prisionero. O bien…no quiero pensar en esto”.

Luego relató lo que ocurrió dos días después: “Lo mataron. Esta mañana un fotógrafo japonés vino a la Associated Press con un rollo de fotografías hechas en Cholón y en una fotografía se ve el cadáver de un blanco. Yace tendido sobre una vereda, junto al cadáver de un vietnamita. Lleva pantalones grises sujetos por un cinturón claro, camisa blanca de mangas largas y calza zapatos. Tiene los brazos atados a la espalda, se ve la cuerda a la altura del codo. El cuerpo está destrozado por una ráfaga vertical al estómago y al vientre, su rostro es irreconocible: hinchado, traspasado por las balas, cubierto de sangre. La nariz, por ejemplo, se ha vuelto aquilina y las mejillas parecen llenas. Hicieron una ampliación, y las mejillas son las de Ezcurra, los cabellos son los de Ezcurra y la frente es la de Ezcurra. También le dispararon en la nuca y por esto la cara está hacia delante. Un asesinato en frío. No sólo porque está atado, sino porque luego acabaron con él con aquellos tiros en la nuca”.

El prólogo del libro Ignacio Azcurra, Hasta Vietnam lo escribió quien fuera su compañero en La Nación, el escritor Manuel “Manucho” Mujica Láinez: “Vivía velozmente, y sin embargo, pese a la experiencia que surgía de sus andanzas, conservaba intacta una especie de candor, de lozana pureza espiritual, que rechazaba las amargas lecciones aprendidas y que le confería un encanto innegable”. “Tengo la certeza de que Ignacio Ezcurra vivió como hubiera deseado vivir y de que su fin, con lo que entraña de pródigo heroísmo, corresponde casi mágicamente a su fervoroso ideal. Su imagen, la del periodista absoluto, continuará siempre alerta, siempre activa, siempre impregnada de tensa juventud. No conocerá la bonanza de los años altos, pero no sabrá su melancolía. Y su clara sonrisa seguirá siendo invulnerable”.

Fuentes:
Diariossobrediarios
Sudestada
En Informatorio

4 comentarios:

Anónimo dijo...

I could give my own opinion with your topic that is not boring for me.

Festival Resonante dijo...

"pasen y vean que lindas tolderías"
"Juegos low fi para mundos 2.0"
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POR FAVOR DIFUNDIR!!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Mencionen la fuente... no sean (tan) ladris.

Anónimo dijo...

Fe de erratas:

Donde decía "Más información", dice ahora "Fuentes".
Gracias.
Andrés.