jueves, 7 de mayo de 2009

Muerte silenciosa a 300 por hora


Ruanda conmemora por estos días su mayor tragedia nacional: el genocidio que entre abril y julio de 1994 acabó con la vida de 800 mil tutsis. En sólo 100 días, a una velocidad alucinada, integrantes de la etnia hutu acabaron con el 20 por ciento de la población, a un ritmo de ocho mil muertos por día, 333 por hora, cinco por minuto. Esto, ante la mirada imperturbable de la comunidad internacional.

La matanza comenzó el 7 de abril de 1994, un día después de que el avión en el que viajaban el presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana –de la etnia hutu– y el de Burundi, Ciprian Ntayamira, fuera derribado por un misil cuando aterrizaba en Kigali. A partir de ahí comenzó una matanza sistemática de hombres, mujeres, viejos y niños, en la mayoría de los casos únicamente por pertenecer a un grupo étnico determinado. La Tierra de las Mil Colinas, como se conoce a Ruanda, se convirtió en una inmensa fosa común con más de 200 mil huérfanos y viudas.

El asesinato del presidente ruandés fue la chispa que encendió un conflicto latente que, según aseguró el gran Ryszard Kapuscinski, “no es étnico, racial ni tribal”. El periodista polaco, que fue corresponsal en África durante décadas, relató que “los primeros síntomas de un conflicto enconado aparecieron en los años 60, cuando África, recién salida del colonialismo, conoció el comienzo de la gran explosión demográfica”.

Kapuscinsky, testigo de la independencia africana, explicó: “Los tutsis eran, de siempre, los propietarios de grandes rebaños, los aristócratas, mientras que los hutus eran labradores, los pobres, los campecinos. La región de los Grandes Lagos es la parte de África más densamente poblada. Allí lo esencial es la tierra, y el conflicto entre los tutsis ganaderos y los hutus labradores es un conflicto por la tierra, porque de ella depende la subsistencia de la casta”. Y agregó: “Es una estructura social más similar a la de la India que a la que enfrenta a distintas etnias en diferentes partes del mundo; por ejemplo, en la ex Yugoslavia”.

Jean Hatzfeld, corresponsal del diario Libération, escribió su libro Una temporada de machetes a partir de las entrevistas que realizó con una decena de asesinos en la cárcel de Rilima, Ruanda.

Elie, uno de los asesinos, explicó: "Durante los primeros días aquellos de nosotros que tenían práctica en matar pollos, y sobre todo cabras, jugaban con ventaja. Pero después todos nos acostumbramos a la nueva actividad y aprendimos cómo recuperar el retraso que llevábamos. El trabajo nos guiaba los brazos".

En julio de 1994 terminó el genocidio de tutsis, pero no la muerte. Luego vino la ofensiva del Frente Patriótico Ruandés, una guerrilla formada mayoritariamente por tutsis, que llegó hasta Kigali desde Uganda en pocas semanas. Dos millones de hutus, incluidos los que habían participado en el genocidio tutsi, huyeron a diferentes países limítrofes, sobre todo a Zaire (hoy República Democrática del Congo) a través de su frontera de Goma.

Allí, en 10 días, una epidemia de cólera mató a 30 mil hutus. Un experimentado periodista español que estuvo ahí contó: “He visto morir a mucha gente, pero nunca con tanta calma como en Goma. Aquellos pequeños no se quejaban. Agonizaban de forma ordenada. Como si no quisieran molestar”. Las fosas comunes todavía están ahí, sin que nadie se haya tomado el trabajo de identificar a los muertos. En silencio.

Los responsables de las Naciones Unidas durante el genocidio, Kofi Annan y Boutros Boutros Ghali, ignoraron sistemáticamente las advertencias y peticiones de Romeo Dalladier, el general canadiense que estaba al mando de los cascos azules en Ruanda y que buscaba evitar la tragedia. Tres años después, Dalladier ignoró los consejos de sus ex jefes y se preguntó en televisión: “¿A quién demonios le importaba Ruanda? ¿Cuántos se acuerdan todavía del genocidio ruandés? ¿Quién llegó a captar que se asesinó, hirió y desplazó a más personas en tres meses y medio que en toda la campaña de Yugoslavia?”.

Lo que sucedió en tres meses en Ruanda hace 15 años está repitiéndose en Darfur, Sudán, desde 2002 en cámara lenta, sin tantos testigos, en medio del mismo silencio.

Y el mundo sigue imperturbable.

Fantasmas de Ruanda


En este excelente documental de Frontline, los protagonistas cuentan su historia y se explica cómo fue que nadie detuvo la marcha hacia una de las mayores tragedias de la Historia.

Acá está la segunda parte, la tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima, octava, novena, décima, undécima y la última.

Por aquellos días, Argentina navegaba en la convertibilidad y se estremecía con el doping positivo de Diego Maradona en el Mundial de Estados Unidos.

1 comentario:

Facundo Miño dijo...

Andrés, a lo mejor ya conseguiste el libro pero igual lo comento. Ayer en Ruben Libros llegó el libro Una temporada de machetes de Anagrama.
Saludos.