miércoles, 24 de junio de 2009

La foto del camión



Robamos íntegro el post que el compañero Sergio Carreras puso en su blog, Un periodista dice:

"Hace más de un año que tengo esta foto como fondo de escritorio en la pantalla del diario. Apenas la vi en Internet la descargué. No sabía quién era el fotógrafo, a cuál región del mundo pertenecía la imagen ni de qué época era. No es una gran fotografía, técnicamente hablando. Es un registro referencial. No se destaca por su ángulo ni por su riqueza de planos, por decir algo. Tampoco es la gran foto de denuncia, la foto conmovedora que nos refriega en la cara la miseria, el hambre, los millones de personas condenadas a vivir mal y morir rápido en tierras africanas. La foto tiene el valor del haber estado ahí, parado en el desierto cuando pasó ese camión cargado hasta la exageración. Ver la aparición y hacer clic. Eso es lo que después cuenta. Los que van en el camión son todos hombres, todos negros, van casi todos enturbantados y vestidos a la occidental. Algunos miran hacia el fotógrafo. Sonríen, como concientes de esa situación imposible, de ser un centenar de navegantes beduinos sobre un solo y gigante camello metálico. ¿Son desplazados rumbo a un campo de refugiados? ¿Dónde están sus mujeres y sus hijos y sus padres? Porque son, también, todos de una edad media, pareja. ¿Son soldados? ¿Adónde van con frazadas y colchones? Los bultos azules, cilíndricos en su mayoría, son recipientes con agua, lo último a abandonar si por alguna circunstancia del viaje debieran comenzar a arrojar lastre. Algunos recipientes están envueltos con telas blancas, como de sacos de harina, y llevan escrito los nombres de sus dueños. ¿Están abandonando para siempre los lugares donde nacieron e hicieron sus vidas? ¿Escapan del manotazo seguro y mortal de la guerra, de la sed, de la falta de comida, de una epidemia? Las expresiones de los rostros no parecen tan dramáticas. Después de verla por varias semanas alcancé a entender qué me llamó la atención de la foto. El camión con su montaña de bultos coronada por ese centenar de hombres es una obra escultórica. Es una construcción espontánea y artística. Una performance involuntaria, si se quiere. Como cuando encendemos velas y, sin que intervengamos, la cera restante culmina una obra plástica extraña, inesperada y llamativa. O como cuando, al final de un viaje, el parabrisas del auto es una tela manchada con explosiones de insectos y polen de mariposas, listo para montarlo en una exposición. Pero, como toda obra artística, además de que como tal sólo existe en mi ojo, esta fotografía prodiga una esquina inquietante. Un mensaje perturbador. Primero, el peligro de que la foto valga más que la realidad que muestra. Dicho de otra manera, que resalte más como salvapantalla en cómodos escritorios del mundo cómodo que como captura de una situación urgente que continúa mientras leemos esto. Porque ese camión siguió viaje y luego hizo otros viajes más, y esa gente no existió solamente para que alguien pasara por ahí y tomara una foto. Estoy hablando, por si no se entiende, del compromiso que cabe esperar de cada uno de nosotros como integrantes de la misma especie de los que van arriba del camión, de ese promontorio de músculos, dentaduras y calaveras, hacia un destino que no se vislumbra confortable. Mi preocupación, me di cuenta, no era la fotografía sino el modo en que sería percibida. La imagen, cada vez que la veo, me recuerda a la hormiga que somos. Me hace viajar por unos segundos hacia metáforas sobre granos de arena insignificantes extraviados en playas galácticas infinitas, me proyecta a Carl Sagan hablando sobre cómo devenimos del polvo estelar, me interna en uno de esos documentales tipo National Geographic sobre imperceptibles insectos que nacen y mueren por millones en menos de lo que dura un parpadeo. Un arca sin profetas, reserva de nada, exquisito bocado para la garganta del diluvio. La foto me ratifica en mi materialidad, en cierta fatalidad romántica que suele quedar tan bien en las conversaciones a las cuatro de la mañana y en las discusiones que duran lo mismo que el contenido de las botellas, pero que siento tan real como una patada en los riñones. Hace unos días vi que unos amigos en Facebook habían usado esta misma foto para hacer una broma. Colocaron nombres de sus conocidos sobre cada negro del camión y luego la enviaron a todos por mail. Para reírse. Sí somos hormigas. Valemos poco, no nos importa si 500 metros más adelante del clic del fotógrafo el camión saltó por el aire en un campo minado y no hubo sobrevivientes, si lo alcanzó el misil de una guerra cercana y estúpida, si lo tragaron las arenas, si se lo comió un cocodrilo mitológico, si todos sus vanos sobrevivientes saltaron a una patera que naufragó al día siguiente sin alcanzar a sospechar la costa europea. Al mismo tiempo, no puedo sacarme una ilusión de la cabeza. El camión que avanza hacia la zurda, peleándole a la duna con su góndola llena de packaging con tapizado humano, es un imagen vital, voluntariosa, porfiada. Como que uno se imagina que en el cuadro siguiente la película nos reserva alguna postal de futuro. La fotografía es del francés Roberto Neumiller y es la número 70 de su exposición SOS Sahel, sobre tristes y creíbles historias de esa franja del norte africano que agrieta los territorios de Nigeria, Mauritania, Malí, Senegal y Burkina Faso, al sur del Sahara. Yo sé que el camión sigue yirando por ahí. Puedo sentir su motor vibrando en la pantalla".

2 comentarios:

Eugenia dijo...

Si, tiene razón Sergio. Somos hormigas. Granitos de arena. Piezas de un gran rompecabezas. Pero a mí sí me importa. Y a él también. Y sino creo que a mucha gente más también, entonces no valdría la pena la foto, ni la nota, ni el desayuno de mañana, ni nada...

Buen post Andrelo!

ekobio dijo...

Es una fotografía cuyo peso nada tiene que ver con asuntos meramente fotográficos -cuestiones de composíción, iluminación, planos, etc.-, ni tampoco con la espectacularización del suceso, sino única y exclusivamente con el contenido de la misma. Con lo que en ella se ve, lo que ahí aparece.
El comentario en torno a la misma es harto elocuente. Le viene como anillo al dedo. No habría que agregar nada más. Más allá de que toda imagen siempre será susceptible de nuevas interpretaciones. Pero en este caso prefiero quedarme -apropiándomelo- con el texto de Sergio.
¡Qué imagen, cojones!
Tomás.