viernes, 2 de mayo de 2008
Robert Capa, fotógrafo
Robert Capa nació en París a los 22 años. Antes era André Friedmann, pero ya no importaba. Llevó una vida legendaria y breve: conquistó a Ingrid Bergman, saltó en paracaídas, viajó a Moscú con John Steinbeck, estuvo en las trincheras de la Guerra Civil Española, desembarcó en Normandía, bebió con Ernest Hemingway, amó a Gerda Taro y nunca se recuperó de su muerte temprana.
André Friedman había escapado de su Budapest natal con una cámara y poco más, tras manifestarse contra la creciente amenaza de Adolfo Hitler. Fue apaleado, herido por el sable de un policía y encarcelado. “En la central de policía, el comisario silbaba la Quinta de Beethoben mientras apaleaba a jóvenes melenudos –recordó Capa –. Yo era un joven de 17 años con el pelo muy largo. A la mañana siguiente la policía llamó a mi madre y le dijo que si abandonaba Hungría nadie haría ciertas preguntas”. Así fue como Capa partió a Berlín, en un momento en el que esa ciudad “era dinamita”, según afirmó Henri Bondi, amigo del fotógrafo, en el documental Robert Capa, en el amor y en la guerra.
Capa estudió periodismo para luchar contra el fascismo con palabras y se hizo fotógrafo. Entró a trabajar en el cuarto oscuro de la agencia de fotos Dephot, hasta que León Trotski fue a la ciudad a hablar en público y no quedaban fotógrafos disponibles. Era su oportunidad y la tomó. Así quedó a las puertas de una gran carrera a los 18 años. Sin embargo, la sombra del nazismo cayó sobre Berlín y Capa salió corriendo: era judío y de izquierda.
No tuvo éxito con los editores parisinos hasta que apareció uno de sus grandes amores, Gerda Pouriles: una hermosa y alegre refugiada judía que había escapado de la Alemania nazi de casualidad. Se conocieron en París. En esa época, Capa le escribió a su madre: “Imagínate madre, tengo el pelo corto, llevo corbata, los zapatos limpios; me convertí en un caballero, limpio y planchado: como un burguesito de Buda”.
Su relación con Gerda sería tormentosa y complicada, pero en el verano de 1935 estaban simplemente enamorados. “Nunca había sido tan feliz. Ahora, a Gerda y a mí solo podrían separarnos a tiros”, dijo Capa y fue una trágica premonición.
Vivían juntos en París. Ella intentaba vender las fotos de Capa a los editores pero no tenía todo el éxito que querían. Así fue como decidieron inventar a un exitoso fotógrafo norteamericano “de mucho éxito y tan famoso que nadie podía acercarse a él. Estaba por ahí trabajando o de vacaciones en un hotel de lujo”, según cuenta el biógrafo de Capa, Richard Whelan. Al parecer sacaron su nombre del cineasta Frank Capra, que había ganado un Oscar hacía poco. Gerda decidió que como le gustaba Greta Garbo ella se llamaría Gerda Taro y que trabajarían juntos como socios. Cuando se descubrió el engaño, las fotos eran tan buenas que el nombre ya no importaba.
Los aviones fascistas bombardean Madrid y Capa fotografía los rostros de las víctimas de la crueldad de Francisco Franco y sus aliados alemanes e italianos. “Siempre igual. Las sirenas, el pánico, las corridas, el estruendo de las bombas. Luego, cuando se va la humareda, la gente va al depósito de cadáveres a ver si por casualidad el hijo, el padre, la madre que no había vuelto estaba en las listas”, dijo Capa.
Octavio Paz escribió en su poema Piedra de Sol:
Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes esculpidas
y el huracán de los motores, fijo
Las fotografías tomadas por Capa y las historias que relató a Hemingway, junto con las descripciones oídas a muchos testigos, suministraron gran parte de los detalles que el escritor incorporó a su novela Por quién doblan las campanas. En julio de 1937, mientras Capa estaba en París arreglando unos asuntos, Gerda Taro cubrió la batalla de Brunete; saltó al campo de batalla sacando fotos mientras corría. Capa se enteró de su muerte mientras leía el diario: nunca logró recuperarse. Unos días antes Gerda había dicho: “Cuado piensas en todas las buenas personas que han muerto, te da la sensación de que de algún modo es injusto seguir con vida”. El día de su entierro hubiera cumplido 27 años.
Capa escribió: “Querida madre: estoy tan nervioso y alocado que lo único que puedo hacer es tomar fuerzas y trabajar mucho. Con el tiempo seré más tolerable”. Y se fue a la otra punta del mundo: China. “Cada vez me siento más como una hiena”, dijo. Y agregó: “El deseo más ferviente del fotógrafo de guerra es quedarse desocupado”.
La bota del fascismo aplastaba España y Capa ya era considerado el mejor fotógrafo de guerra del mundo. Tenía 25 años.
Cuando los nazis tomaron París, Capa estaba trabajando en México: “El mundo nunca ha sido tan triste como ahora”, escribió. De vuelta en Europa conoció a una bella colorada a la que llamaba Pinky y, tras disculparse, se fue al norte de África. Luego pasó siete meses con las tropas estadounidenses en el frente de Sicilia. “Me arrastraba de montaña en montaña, de trinchera en trinchera sacando fotos de barro, miseria y muerte. Cada cinco metros hay una trinchera y en cada una hay un soldado muerto”. Allí fotografió a los niños italianos que dispararon contra los alemanes durante 14 días. Muchos murieron.
La invasión a Normandía llegó y Capa tomó las fotos más emblemátias de esa mañana sangrienta: “Había acabado el rollo y la cámara vacía temblaba en mis manos. Era una nueva clase de miedo que sacudía mi cuerpo de pies a cabeza. Saqué la pala reglamentaria e intenté cavar un hoyo donde refugiarme, pero chocó con piedra bajo la arena. Los hombres a mi alrededor permanecían inmóviles. Solo los muertos, junto a la orilla, se movían al vaivén de las olas", escribió después Capa.
En 1947, Capa y sus amigos Henri Cartier-Bresson, David “Chim” Seymour, George Rodger y William Vandivert fundaron Magnumphotos, una agencia cooperativa de fotografía. El resto de su vida, Capa dedicó gran parte de su tiempo a dirigir las operaciones de las oficinas de Magnum en París y Nueva York. En La Gran Manzana se aburrió. Cruzó Estados Unidos de punta a punta hablando en un idioma que él llamaba “capanés”, un inglés con un marcado acento húngaro. Pero se sentía inquieto haciendo trabajos que consideraba superficiales.
“Capa era como un elefante en una cristalería, entraba a trompadas en la acción”, dijo Inge Bondi, amiga de Capa.
A finales de los 40 y principios de los 50, Capa disfrutó en París de una vida muy brillante: tardes en el hipódromo, noches en los clubes con bellas mujeres y vacaciones de esquí en Suiza. El novelista Irwin Shaw proclamó con ironía que el principio que regía la vida de Capa era "estar siempre contento", incluso en las más terribles circunstancias. "Esto quiere decir que uno nunca debe parecer cansado. Siempre hay que parecer dispuesto a ir al siguiente bar o a la siguiente guerra. Un hombre siempre debe sentarse en todas las mesas de póquer y apostar en cada mano, debe perder el sueldo de seis meses e invitar a la siguiente ronda de bebidas, debe prestar dinero sin mucho cuidado y pedirlo prestado con mucha ceremonia y debe alternar sólo con mujeres muy bellas, preferiblemente de las que aparecen en los periódicos".
En mayo de 1954, mientras cubría la Guerra de Indochina, Capa pisó una mina terrestre y murió. Tenía cuarenta años. John Steinbeck escribió acerca de su amigo: "Capa sabía que no se puede fotografiar la guerra, porque es una emoción. Pero fotografió esta emoción disparando la cámara a lo que la rodea. Podía mostrar el horror de una multitud reflejado en la cara de un niño. Su cámara captaba y capturaba la emoción... El trabajo de Capa es, en sí mismo, el retrato de un gran corazón y de una prodigiosa capacidad de compasión".
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1 comentario:
Excelente página de Robert Capa, para aquellos que no saben de quién se trataba. Muy completa y didáctica, ágil, amena, con anécdotas que conocía y otras que no, así que me dio mucho gusto leerla. Y me encantó enterarme de que se recuperaron esos negativos. No sabía. Así que seguiremos viendo fotos de Capa y escuchando en la cabeza su famosa frase, que si no es de él, merecería serlo: "Si tus fotos no son suficientemente buenas, es que no estuviste suficientemente cerca"
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